02/01/2020 Gerard Ribé

El tempo de la vida

Siempre he tenido dificultades a la hora de gestionar el tiempo que Nora dedica a las comidas. Yo como muy rápido, no comprendo cómo una persona puede dedicar tanto tiempo al hecho de comer. Muchas veces comíamos en la cocina, en una mesita colgante que cabíamos perfectamente los dos. Cada día, yo terminaba de cenar, y ella aun seguía con el plato medio lleno.

Aquel martes tenía prisa para poner a Nora a descansar y poder leer un rato en el sofá del comedor. Recuerdo aquel día viviendo una especial agitación emocional, que tal vez no me dejaba ver con la suficiente claridad.

Mientras ella terminaba, yo recogía los platos y ordenaba la cocina. Me giré y la ví despistada después de haberle llamado la atención tres veces, me enfadé y le dije:

– «Nora, ¡come! Yo ya he terminado y quiero ir a descansar.»

Ella seguía mirando los dibujos con atención. Decidí apagar el televisor y dejarla cenando sola como castigo al no comer con la rapidez que exigía su padre.

Al cabo de unos minutos, volví para ver si había reaccionado a la condena. Todo seguía de la misma manera. Me alteré, y pregunté con un tono de voz alto y grave:

– «Nora, ¿qué tiene que hacer tu padre? Te lo he explicado, te he castigado, te he dejado sola y sigues sin comer deprisa. ¿Qué más tengo que hacer? ¿Me lo dices?»

Ella, medio masticando el trozo de pechuga que tenía en la boca y tan lúcida y auténtica como siempre, me dijo:

– «Tenir més paciència papa.»

Me jodió en un segundo todos mis argumentos. Me dí cuenta que tenía razón. Que el que estaba desacompasado era yo, ella tenía su tiempo para comer, y que mi necesidad de ir al sofá a leer, creyendo que ahí me sentiría mejor después de un día tan difícil, hizo que eligiera un ritmo no fluido.

Una vez más, como tantas muchas, me acerqué a ella, le pedí disculpas y le di las gracias por enseñarme tan gran lección. Hizo cara de no entender nada y siguió cenando, a su compás.